Write What You Don’t Know
In 2024, I wrote this text with some ideas about the paradigm of identity as the origin of artistic creation, and posted it on Medium. Here’s the original Spanish version.
Escribe lo que desconoces
Una defensa de la creación cinematográfica más allá de la identidad individual
Estudiantes, cineastas, artistas: ¿cuántas veces lo hemos oído? “Write what you know.” Escribe lo que conoces. El paradigma de la identidad como origen de la creación artística lleva años articulando nuestro cine independiente. Quién soy determina qué escribo: cine autobiográfico, autoficción, relatos personales de presunto interés colectivo. Pero la autorrepresentación empieza a dar signos de agotamiento. Escribir estas historias, lejos de ser una elección individual, responde a un marco sociocultural que se ha institucionalizado, que tiene consecuencias ideológicas en el cine, y que limita nuestra libertad como artistas.
Romper con el molde de la autorreferencia requiere un acto valiente: escribir sobre lo desconocido. Frente a las óperas primas marcadas por el ensimismamiento, hay que defender de nuevo la curiosidad, la investigación y la fascinación como herramientas artísticas. En la era del yo, es el momento de reivindicar la escucha, y el acto revolucionario de centrar nuestra atención en el otro. No como forma de apropiación, sino para elaborar un relato nuevo y compartido, en el que nuestra identidad es permeable, la empatía nos atraviesa, y nos transformamos a través de la creación artística. Un gesto cinematográfico que es también un gesto político. Una nueva máxima puede dar pie a una nueva generación de cineastas independientes y libres: “Escribe lo que desconoces”.
Fotografía de ‘Tenemos que hablar de Kevin’
Quién cuenta una historia es la pregunta central para los y las cineastas de nuestro tiempo. Esta reivindicación, aupada por la influencia intelectual de una postmodernidad que pone la experiencia personal en el centro del conocimiento del mundo, ha tenido consecuencias muy positivas, como la diversidad de miradas detrás de las cámaras, y ha facilitado la producción de películas extraordinarias. Pero si rastreamos el origen de un consejo creativo mal entendido, descubrimos que Hemingway, en realidad, quería decir algo muy distinto:
De todo lo que conoces y lo que no puedes conocer, creas algo a través de tu imaginación que no es una representación, sino algo totalmente nuevo, más verdadero que todo lo verdadero y vivo.
¿Acaso la escritura no es siempre un acto de imaginación? “Curiosa, voyeurística, cleptómana, presuntuosa”, según un controvertido discurso de la escritora Lionel Shriver. Sin embargo, en las aulas hoy la imaginación es una actitud más cuestionada que nunca. Alumnas y alumnos de cursos de guion piden permiso para escribir historias que no son las suyas con miedo a ser juzgados por el grupo. En laboratorios y residencias de escritura, directoras y directores son interrogados cuando su identidad no coincide con la de sus personajes por alejarse de su experiencia personal. En una perversa dinámica de incentivos de la jerarquía de la opresión, los y las cineastas buscan y exageran formas de discriminación en su biografía para abrirse un hueco en los procesos de selección de becas y ayudas públicas. “¿Quién soy yo?” y “¿Por qué soy la persona adecuada para contar esta historia?” son preguntas que necesitan respuesta, aunque esta sea mentira: 9 de cada 10 gurús del pitch así lo ratifican.
Hasta que hemos puesto la identidad en el centro de los procesos creativos, la historia del cine ha estado escrita desde el privilegio. Cuestionar la falta de representación dentro de la ficción nos ha llevado a preguntarnos quién rodaba qué historias, y a abrir las puertas a identidades disidentes para las que el acceso a la creación artística estaba históricamente vetado. Conceptos como el de apropiación cultural nos han ayudado a deconstruir el lugar desde el que abordamos realidades ajenas a nuestro propio contexto, y a ser muy conscientes de la jerarquía que se establece entre el artista y aquello que retrata.
Esta reivindicación, que ha sido enormemente efectiva como modelo de transición, encuentra sus límites cuando se convierte en norma. La autorrepresentación confina a los artistas a las fronteras de su propia experiencia, y la identidad se convierte en un arma de doble filo: también los colectivos minorizados quieren crear más allá de su propia etiqueta. Queríamos más diversidad para poder contar todas las historias, no solo las nuestras.
Llevado al extremo, el patrón de la identidad ha eliminado la empatía y la posibilidad de comprender una realidad ajena a la propia. ¿Cuántas escritoras han sentido que su única función en una sala de guionistas era profundizar en las relaciones personales o la psicología emocional de los personajes femeninos, de acuerdo con la expectativa marcada por el género? ¿Cuántos directores queer esperan infructuosamente la llamada para dirigir una película de acción? ¿Cuántas guionistas se enfrentan cotidianamente al machismo estructural que les impide hacer comedia? ¿Cuántos intérpretes se han visto obligados a compartir su orientación sexual, incluso contra su voluntad, para reclamar su capacidad de entender a un personaje? Los y las cineastas estamos deseando demostrar que somos mucho más como creadores que los clichés asociados a nuestra identidad individual.
Escribir lo desconocido requiere un compromiso individual y un acto colectivo. Un compromiso personal con la escritura como forma de descubrimiento: hay riesgo, gozo y contradicción en el esfuerzo de salir de uno mismo. La empatía da más trabajo que la autocomplacencia. Y un acuerdo colectivo, porque no rodamos lo que queremos, rodamos lo que podemos, y el cine independiente que logramos llevar a cabo depende de un sistema de estímulos institucionalizados y filtros de aprobación. Cuando estos procesos nos limitan, es el momento de cuestionarlos. Es imprescindible que el sector siga poniendo el foco en todas las voces que todavía no están en nuestro cine: estamos muy lejos de un ecosistema artístico representativo del conjunto de la sociedad. Pero podemos defender nuevos modelos que nos den la libertad de disociar a los creadores de sus obras, apoyando a artistas de colectivos minorizados independientemente de sus proyectos, y dando espacio a proyectos valiosos al margen del perfil de sus autores o autoras.
Vivir otras vidas es una forma de privilegio. Para los cineastas que sufren la desigualdad, incluso puede parecer un lujo inalcanzable. Pero es un privilegio que defender, un privilegio que queremos democratizar, un privilegio por el que vale la pena luchar para todos los y las artistas. Un horizonte en el que los creadores compartiremos lo que hemos vivido, sí; pero en el que lo vivido abarcará todas las experiencias que solo el arte nos puede descubrir.